
23 Dic Aitana Castaño: rastros de felicidad
La periodista y escritora Aitana Castaño culmina su trilogía minera con la publicación de Rastros de ceniza, una novela entre la ficción y la realidad más descarnada. Y es que, como una especie de marca de fábrica, en sus libros el paisaje y el paisanaje de la cuenca -perfectamente reconocibles- son protagonistas colectivos, mecidos entre la reivindicación, el homenaje, la ternura y la denuncia a ambos lados de la barricada.
Texto: ÁLVARO BORO
Las presentaciones de Aitana Castaño Díaz –con el nombre completo, que parece que siempre nos olvidamos de las madres y no puede ser- siempre son una fiesta. Porque la puesta en solfa de un libro siempre debería de serlo, y más en estos tiempos donde la lectura es una forma de posicionarse ante la vida: gastar el tiempo en la inutilidad y el disfrute. Para qué sirve la literatura se preguntan muchos; y la respuesta es que para nada, de ahí su magia y que nos guste tanto.
Aitana presentó Rastros de Ceniza (Editorial Pez de Plata) el viernes 16 en la Biblioteca de la Granja. Nunca tanto el cogollo de Oviedín olió tanto a humo y pólvora. Estuvo acompañada por Leticia Sánchez Ruiz, y qué bien se lo pasa uno escuchando a estas dos. De verdad, transmiten algo tan difícil como es el entusiasmo y consiguen contagiar su pasión.
El libro es un thriller que arranca con la muerte de una alcaldesa de la Cuenca Minera y la investigación de todo por Aurora Montes, una periodista de caleya de la que todas las coincidencias con la autora no son casualidad. Con esta ficción, además de un ejercicio de buena narrativa, Aitana aprovecha para hacer un repaso a la historia cercana de las Cuencas, esa que abarca desde el franquismo hasta nuestros días: infamia y esplendor. “Una vez me dijeron que yo era una periodista de caleya, así como despectivo. Pero es algo de lo que yo estoy muy orgullosa. Una periodista de pueblo tiene que hacer de todo y estar en todo: ruedas de prensa, accidentes, actos políticos, fiestas y todo lo que se mueva. Nadie mejor que una periodista para ser la protagonista y narradora de este libro”. Y como ella tiene experiencia más que demostrada y destacable en el periodismo local usó muchas de sus vivencias en su escritura. Y se soltó a contar cómo en la primera huelga minera que cubrió su desayuno fue un chupito de orujo que le ofrecieron para entrar en calor a las cinco de la mañana junto a una barricada. O cuando Villa le cogió por el hombro para recriminarle que no había firmado un manifiesto a favor de la huelga y la amenazó con que podía costarle su trabajo, pero ella, muerta de miedo no se achantó ante el ‘Tigre’ -que ahora está sin dientes y enjaulado, pero hubo un tiempo en que sus mordiscos y zarpazos ponían y quitaban presidentes asturianos y directores de bancos y cajas-, y le explicó que no firmaba nada en blanco.
Un repaso histórico sin ampararse en la ficción para realizar ajustes de cuentas ni puñaladas traperas, pero sin miedo y con valentía. “No quiero que este libro se utilice para tirar contra los sindicatos o las Cuencas. Yo quiero que la gente se vea reflejada, contar lo que pasó. Pero hay que tener en cuenta que la corrupción tiene muchos nombres: aquí fueron ‘fondos’; en Madrid, mascarillas; F1 en Valencia”. Recalcó la importancia que le concede a la memoria histórica, porque con mucha gente no se ha hecho justicia, no se les ha restituido y se lo merecen. “Pero cómo no va a ser esto importante para mí que de guaja hacía los deberes en la sede del PCE. Había una foto de un paisano viejo con barba que creía que era mi abuelo, pero yo la veía en más casas, y era Carlos Marx”.
Con Rastros de Ceniza quería dar por finalizada su trilogía minera (antes vinieron ‘Los niños de humo’ y ‘Carboneras’), pero dejó la puerta abierta a que Aurora Montes siga investigando, quién sabe si cruzará el charco en busca a remover la memoria de la emigración. Acabó, como siempre, echando un cante: porque ella es así, le gusta y lo hace muy bien. “Donde hubo carbón, siempre quedan rastros de ceniza”. Y donde estuvo Aitana Castaño, siempre quedan rastros de felicidad.