Aquí y Allí (IV)

Aquí y Allí (IV)

1981, 3 de diciembre: nace en Langreo David Villa. Vamos con una de fútbol. La eliminación de la Selección Española en el Mundial de Catar ha dejado patente, por desgracia, lo que verdaderamente importa en el fútbol: los goles, sobre todo los que no se meten. ¡Ay! ¿Y si hubiéramos tenido al ‘guaje’? Mejor no elucubrar e ir a los datos que nos ocupan: David Villa Sánchez nació a primeros de diciembre del 81 en un pequeño pueblo de la Cuenca Minera del Nalón: Tuilla (Langreo). Allí comenzó a correr tras la pelota, entre los pozos Mosquitera y Fondón, en el Unión Popular de Langreo hasta que el Real Sporting de Gijón llamó a su puerta, nada más alcanzar la mayoría de edad. Un talento y olfato para el gol que no pasaron desapercibidos en la categoría: sus 38 tantos en dos temporadas tuvieron mucho que ver. La mala situación financiera del conjunto rojiblanco le obligó a poner rumbo a Zaragoza, donde consiguió ganar la Copa del Rey y la Supercopa de España ante el Valencia, que le ficharía al cabo de dos años para que fuese, entre otras cosas, su representante en la consecución de la Eurocopa de 2008. Dos años más tarde, el guaje terminaría recalando en el Fútbol Club Barcelona. Junto a Leo Messi, Andrés Iniesta o Xavi Hernández alcanzó la cima de su carrera profesional al nivel de clubes, ganando todos los títulos. Y también con la selección, con la que conquistó el Mundial de Sudáfrica en 2010. Cuatro años en el Barça fueron más que suficientes y en 2014 tomó el AVE para recalar en el Atlético de Madrid, donde ganó su última liga en el fútbol de primer nivel. Los últimos años de su carrera los pasó entre Nueva York y Japón. En total, casi 450 dianas en la portería rival al final de su carrera. Una cifra de escándalo que le convierte posiblemente en el mejor delantero de la historia del país. David Villa, el ‘guaje’ de Tuilla. ¡Ay! Si hubiese estado en Catar…

2010, 18 de diciembre: fallece en Oviedo Rafael Fernández Álvarez. Primer presidente del Principado de Asturias de la democracia. Nació en Oviedo en 1913, y desde muy joven estuvo muy ligado a la política, formando parte de la Federación Socialista Asturiana durante la II República. Durante la guerra fue el miembro más joven del Consejo Interprovincial de Asturias y León (luego Consejo Soberano), ocupando la cartera de Hacienda. La derrota republicana le obligó a cruzar el Atlántico y a establecerse en México en calidad de exiliado. Allí permaneció hasta 1977, dos años después de la muerte del dictador, para regresar a Asturias junto a su esposa Pura Tomás. Ambos fueron el eslabón y el emblema que unió al PSOE asturiano en el exilio con la generación nacida en la posguerra. Un año más tarde se convirtió en el presidente del Consejo Regional de Asturias y con la aprobación del Estatuto de Autonomía fue elegido primer Presidente del Principado de la democracia. Su carácter bondadoso y dialogante, pero firme, fue su marca de estilo junto a la pipa que, encendida o apagada, le acompañaba a todas partes. Baste decir que iba con ella hasta en el autobús (sí: entonces había presidentes autonómicos que se desplazaban en bus urbano. Estábamos en 1980). En 1983 se retiró de la política y, como todos los clásicos, pasó a un discreto segundo plano, rayando en el olvido, para emerger a comienzos de los 2000 como una figura de relieve en la historia española del siglo XX, de la que fue protagonista directo y activo desde la II República hasta la Transición. La perspectiva que da el tiempo hizo que su talante cobrase entonces las dimensiones que merecía, aunque por desgracia Rafael Fernández no pudo disfrutar de un reconocimiento público en condiciones ya que en esos momentos, y como una desgraciada ironía, su mente se iba apagando poco a poco mientras la memoria pública de su figura aumentaba. Falleció a los 97 años en su ciudad natal, después de combatir varios años contra el Alzheimer.

Aquí: 15 de diciembre de 1955. Comienzan a circular los primeros trenes eléctricos entre Villabona de Asturias y San Juan de Nieva, dentro de la línea ferroviaria que une Avilés con Oviedo. Inaugurada el 6 de julio de 1890, esta línea se convirtió a partir de entonces y durante más de medio siglo en el principal medio de transporte de personas y mercancías entre la capital asturiana y la villa del Adelantado. Después de 65 años de funcionar con locomotoras de carbón y gasoil, en 1955 estrenó su tendido eléctrico de catenarias, logrando así mayor fiabilidad en prestaciones, seguridad, frecuencia de viajes y ahorro energético. Sin embargo, la principal ventaja que supuso este trazado no fue el menor impacto ecológico -en contexto, hay que señalar que en los años 50 del siglo XX no constaba ese asunto en la agenda de ningún gobierno del mundo- sino la eficacia y dinamización en la distribución de las mercancías que, en breve, iba a aportar la factoría de ENSIDESA. Situada en la orilla de la Ría de Avilés y comenzada a construir en 1950, los primeros productos siderometalúrgicos de la fábrica fueron obtenidos en 1957, siendo el puerto y esta vía férrea las principales infraestructuras con las que concentrar en la comarca avilesina los cargamentos de hierro y carbón que precisaba ENSIDESA, a la vez de servir como canal de partida del acero allí manufacturado. Su rendimiento efectivo es imposible de cuantificar, pero baste decir que la historia industrial de la comarca avilesina tiene en esta línea su pilar sustancial de transporte por tierra, cuyo baremo se mide por millones de toneladas de mercancías en bruto y elaboradas. A día de hoy el ramal Villabona-San Juan sigue activo, formando parte de la línea C3 de cercanías de RENFE-ADIF en Asturias, agrupando 9 de sus 14 paradas y funcionando con una electrificación de 3000V y velocidades de convoy que oscilan entre los 85 y los 140 km/h.

Allí: 18 de diciembre de 2019. En Wuhan (China) se desata la pandemia de COVID. ¿Puede pararse el mundo? La mayoría hubiésemos respondido que «imposible» antes de diciembre de 2019, momento en el que un nuevo virus logró poner en jaque el incombustible avance del capitalismo a lo largo de todo el planeta. Todo comenzó a mediados de diciembre. En la localidad china de Wuhan se diagnosticó el primer caso de una variante de coronavirus, bautizada como Sars-Cov-2. El primer caso oficial fue un hombre de 70 años que ingresó con fiebre alta y un cuadro de neumonía. Todo apuntaba a que era una gripe más. Nadie podía imaginar que cuatro meses más tarde la enfermedad se habría propagado por todo el mundo, dejando a su paso millones de muertos y sembrando -además de una sensación de incertidumbre colectiva sin precedentes- la semilla de una crisis económica de la que aún no podemos percibir todas sus consecuencias. La Historia son fechas y puntos de inflexión que marcan épocas y muchos de estos acontecimientos pasan desapercibidos hasta que, como suele decirse, es demasiado tarde. Y eso precisamente fue lo que ocurrió. La globalización nos había jugado una mala pasada que nos negamos a asimilar hasta entrar en un punto de no retorno, momento en que nos vimos sobrepasados. El desconocimiento sobre la enfermedad y las vacilaciones a la hora de gestionarla propulsaron un carrusel de aciertos y desaciertos políticos que convirtieron la realidad diaria en una montaña rusa cuyos resultados -negativos, para qué negarlo- se han ido prolongando con el paso del tiempo. A día de hoy parece que hemos dejado atrás los principales picos pandémicos del coronavirus, aunque aún es obligatorio utilizar mascarilla en algunos espacios públicos. Sin olvidar que el virus, ya más atenuado en su capacidad mortífera, sigue campando libre por todo el mundo. Lo peor siempre pasa para los que se quedan, que terminan conviviendo con la circunstancia que algún día les causó horror. Un sistema sanitario extenuado y forzado al límite a nivel mundial es la primera de esas taras que arrastramos a cuenta de la pandemia y su gestión. Y ese parece que será nuestro camino con el coronavirus, lamentablemente. Al menos durante una buena temporada.

Juan Vega
jvegandreu@gmail.com