
05 Ene Aquí y Allí (VI)
2 de enero de 1910: nace José Remís Ovalle en Margolles (Cangas de Onís). Músico y compositor, Remís Ovalle es un personaje fundamental en la historia musical de Asturias en el siglo XX, al ser uno de los pocos gaiteros que, desde la Guerra Civil y durante el franquismo, mantuvo viva la llama de la gaita como instrumento renovador y no solo como elemento de folclore localista. Además de recopilar piezas tradicionales, que de otra manera estaban abocadas a perderse en el olvido, José aportó otras vías de futuro para la gaita en un momento en el que su uso se consideraba poco más que un tipismo regional, arrinconada casi exclusivamente al ámbito de las romerías y fiestas populares. Remís también se lanzó a su uso y difusión, efectuando grabaciones hoy clásicas acompañando a la cantante de tonada Diamantina Rodríguez, grabando también en solitario e investigando las técnicas de construcción del instrumento y su uso musical en en ceremonias como misas o funerales. Se ganó la atención y respeto de renombrados gaiteros del todo el Arco Atlántico, al punto de ser nombrado Gaitero Mayor del Asturias en 1956 y Gaitero Mayor del Reino en 1970. Tras su estela surgieron otros dos nombres de relieve como Manolo Quirós o Xuacu Amieva, que junto a José Ángel Hevia y Héctor Braga son, sin duda, los principales herederos en la renovación de la gaita y de la música tradicional que encarnó el maestro Remís, desde el respeto a las raíces y la innovación. Su importancia histórica quedó reconocida, en vida y a todos los niveles, de un modo verdaderamente simbólico, al compartir escenario con grupos de folk gallego, astur y bretón durante la primera Nueche Celta de Corao de 1983, festival pionero de música folk atlántica en Asturias y un hito para aquellos años 80. Remís falleció en Tornín (Cangas de Onís), en marzo de 1987.
21 de enero de 1984: fallece en Lieja (Bélgica) Ana de Valle. Escritora avilesina, nació en la villa del Adelantado en 1900. Hija de afilador y de maestra de Escuela, su vocación cultural fue muy temprana, acorde a una etapa, la Restauración, en la que el compromiso ateneísta y progresista iba muy aparejado a los círculos de sindicalismo obrero. Rasgos que había adquirido en su familia, afiliados tempranos a la UGT en Avilés. Empezó a publicar sus primeros versos a los 24 años y su primer poemario en solitario “Pájaro azul”, llegó en 1932. Hubo de exiliarse tras la guerra civil, con su familia (marido, padres e hijas) dispersa por Europa, en una penosa separación que duró 13 años, hasta que los supervivientes a las calamidades de la posguerra y el exilio pudieron reunirse de nuevo en Avilés. En pleno “exilio interior”, Ana se dedicó profesionalmente a la costura y otras labores menestrales, mientras seguía escribiendo, sin publicar, su poesía de corte social, abundante en verso libre y con una curiosa mixtura de humanismo y espiritualidad. En 1963 ganó un premio de sonetos que, sin esperarlo, fue el detonante que relanzó su carrera publica como escritora. “Tallos nuevos” (1972), “Al ritmo de las horas”, (1974) “Tránsito a la alegría” (1976), “Escorzos” (1978) y “La otra serenidad” (1980) son los volúmenes que publica en esta segunda etapa de su obra, reconocida y alabada por sus biógrafos avilesinos Eugenio Bueno y José Manuel Feito, que desentrañaron las claves de su poética. Considerada como referente e hito de la poesía en Avilés, Ana de Valle falleció en Lieja en 1984. Su figura fue rehabilitada en vida, ya que el Ayuntamiento convocó anualmente (desde 1980 a 2010) el premio de Poesía Ana de Valle. Una placa en la calle Galiana recuerda su memoria, y sus cenizas descansan hoy en el Cementerio de La Carriona.
AQUÍ: Cabrales, 19 de enero de 1969: La escalada al picu Urriellu se cobra dos nuevas víctimas, los montañeros vascos Patxi Berrio y Ramón Ortiz, mientras emprendían la subida a la cumbre asumiendo el máximo reto posible: por la pared vertical y en invernada. El riesgo era altísimo y un desgraciado contratiempo con uno de los tacos de escalada, que se desprendió justo cuando alcanzaban la cima, desencadenó la tragedia. Berrio cayó al vacío arrastrando a Ortiz por una escarpada de más de 80 metros, perdiendo ambos la vida. El rescate de sus cuerpos fue una auténtica odisea que se prolongó durante casi una semana, en la que colaboraron montañeros y escaladores de toda España, y aunque la polémica sobre este suceso generó ríos de tinta -a menudo con más circo mediático que con argumentos de valor- a Berrio y Ortiz se les reconoció su acción póstumamente, siendo los primeros en coronar el Urriellu por su lado más difícil y en temporada de nieve. Una vía de escalada a nombre de ambos perpetúa hoy su memoria en esta emblemática cumbre de los Picos de Europa.
ALLÍ: París, 10 de enero de 1919: Entra en vigor el Tratado de Versalles, con el que finaliza oficialmente la I Guerra Mundial. Aunque las hostilidades ya habían terminado en el verano de 1918, la firma del tratado formalizó el período de paz que, hasta 1939, se mantuvo en Europa y el mundo. Solo oficialmente: la Paz de Versalles, firmada por 50 países contendientes o directamente afectados por la Guerra del 14, logró la creación de la Sociedad de Naciones (precedente de la futura ONU) pero fue polémica desde sus primeras negociaciones. Las medidas adoptadas contra Alemania y Austria, principales culpables de la Guerra, fueron draconianas: a la necesaria desmilitarización de la Triple Alianza se impusieron altísimas tasas económicas de reparación a los vencedores, lo que terminó en una crisis económica sin precedentes, inflación galopante a escala diaria incluida, en la nueva República de Weimar que sucedió al Imperio Alemán. Italia no vio satisfechas sus reivindicaciones como potencia ganadora y la polarización política no tardó en hacer acto de presencia: los totalitarismos fascista y nazi se incuban y estallan con este descontento. Por otra parte, La Unión Soviética y los Aliados (EEUU, Francia e Inglaterra) entraron en una fase de distanciamiento en la que hicieron, como quien dice, de su capa un sayo en materia de política internacional: espantado el fantasma de la guerra, los “felices años 20” acabarían súbitamente con la crisis económica de 1929, y a partir de ese momento las cláusulas del Tratado de Versalles fueron una tras otra quedando rebasadas, incumplidas o directamente ignoradas en términos prácticos. La II Guerra Mundial invalidaría de facto el tratado. Como anécdota, la vigencia oficial de Versalles se mantuvo sobre el papel, sin validez práctica alguna, hasta nada menos que 1983.